sábado, 5 de mayo de 2012

LA FUERZA DE LA PALABRA

Desde siempre nuestra historia nos ha enseñado que el poderoso que quiere dominar lo primero que elimina es el conocimiento, lo que ha conllevado siempre la eliminación de la cultura, la quema de libros, el acceso a la información.  Todo aquel que aspira a controlar a su prójimo ha eliminado en primer lugar  la libertad de expresión y ha amenazado e incluso asesinado a quien le contradecía y para muestra nada mejor que pensar en esos escritores, que a causa de sus libros y sus declaraciones han llevado y llevan su vida no de forma discreta sino completamente desconocida para los demás en un intento de conservar sus vidas.

Quizás el más conocido actualmente sea Salman Rushdie que con la publicación de su libro Los versos satánicos (1989) considerada blasfema por el ayatolá Jomeini,  provocó que se dictara orden pública de ejecución a toda la población musulmana del mundo. 
Desde entonces, Rushdie vive bajo protección policial y en un cierto aislamiento. Sus actividades de crítico literario en el Observer fueron perseguidas (si bien consiguió reunir la mayor parte de sus artículos en el volumen Imaginary homelands). En 1990 publicó un cuento infantil, Haroun and the Sea of Stories, la historia de un relator de cuentos que pierde las ganas de narrar, entristecido y amenazado por los enemigos de la libertad de expresión.
Otro escritor que desde hace menos tiempo vive esta misma situación es Roberto Saviano. Cuando en 2006 publicó Gomorra, describiendo los negocios de la Camorra después de infiltrarse en dicha organización, las familias camorristas lo amenazaron de muerte.

El Ministerio del Interior italiano proporciona una escolta permanente al escritor. Decidió abandonar Italia después de que la prensa desvelara el 14 de octubre de 2008 que el clan de los Casalesi tenía previsto asesinarlo a él y a su escolta en un atentado espectacular antes de Navidad.
Roberto Saviano en Italia colab­ora con los periodicos “La Repub­blica” y “L’Espresso”, en los EEUU con el “Wash­ing­ton Post” y el “New York Times”,en España con “El País”, en Alemania con “Die Zeit” y “Der Spiegel”, en Suecia con “Expressen” y en Inglaterra con el “Times". 
Taslima Nasreen es una escritora bangladeshí que lleva catorce años en el exilio. Su obra, de corte feminista y trasfondo autobiográfico, le ha valido tanto acusaciones de faltar al Islam como de pornografía, e incluso alguna demanda civil por parte de hombres poco satisfechos con la imagen que de ellos se daba en sus libros.
Todo comenzó con Vergüenza, historia de una adoslecente hindú violada por un musulmán basada en los abusos sexuales sufridos por la escritora en carne propia y en su labor ginecológica. Tras abandonar su país para evitar ser arrestada, Nasreen se refugió en la India, de donde también debió huir en 2007 después de que un grupo radical ofreciera 500.000 rupias por su cabeza. Hoy día, enferma del corazón, reside en un lugar secreto de Europa gracias a la nacionalidad sueca de que disfruta.
El Premio Nobel Orhan Pamuk estuvo a punto de ser juzgado en 2005, por “insultar y debilitar la identidad turca”. La acusación se realizó basándose en las declaraciones que el escritor había hecho en una entrevista a un periódico suizo. Lo que dijo entonces fue lo que medio mundo ya sabía: “Un millón de armenios y 30.000 kurdos fueron asesinados en estas tierras en 1915 y nadie, excepto yo, se atreve a hablar del tema”. Aunque el autor negó haber empleado el término genocidio, se le acusaba de ir contra el artículo 301 del Código Penal turco, que prohíbe “insultar la identidad turca, el parlamento o cualquier otro órgano estatal”. El juicio se aplazó hasta enero del siguiente año y, posteriormente, se suspendió. El Nobel se libró, así, de una condena de prisión de entre seis meses y tres años. Sin embargo, la persecución contra Pamuk no terminó ahí; la publicidad del juicio dio pie a que grupos nacionalistas radicales lanzaran amenazas de muerte contra el escritor.
No dejándose intimidar, Pamuk declaró, en la inauguración de la 60 Feria de Frankfurt ante el presidente de Turquía, Abdulah Gül, que “la tendencia del estado turco de prohibir libros y castigar a escritores lamentablemente sigue viva. Basándose en el artículo 301 del Código Penal, con el que se procura intimidar a escritores como yo, se acusa y se condena a cientos de autores y periodistas”.
Uno de estos periodistas era Hrant Dink. Miembro de la redacción del semanario Agos, una publicación que abogaba por recuperar la comunicación entre las comunidades turca y armenia, Dink fue condenado en 2005 por violar el mencionado artículo 301. A  principios de 2007, mientras regresaba a su casa después de su jornada laboral, fue asesinado a tiros en la calle. Lo sucedido deprimió profundamente a los intelectuales turcos y significó un fuerte choque para Pamuk, quien decidió distanciarse durante una temporada. El escritor residió, entonces, en Estados Unidos, donde trabajó en la Universidad de Columbia. En abril de 2007 regresó a su ciudad natal. Aquel mismo año, se vio obligado a cancelar una serie de lecturas de su obra que se iban a celebrar en Alemania, alertado por las amenazas de muerte recibidas. Nada de todo ello ha conseguido doblegar al escritor, que sigue afirmando que “nada ni nadie” le obligarán al exilio.
 
Las palabras tienen una fuerza que obliga a esos opresores con cualquier excusa a creerse en el derecho a aplastar a todo aquel que se les oponga.  
La palabra es nuestra mejor seña de identidad y de libertad, aunque haya quien ha debido sacrificar su vida por que siga a disposición de quien quiera o se atreva a utilizarla.

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