
Nuestros protagonistas se tendrán que enfrentar a unas incógnitas y descubrimientos que le darán la vuelta no sólo a sus conocimientos sino a sus creencias más arraigadas hasta que de forma paulatina y gracias a un fenómeno que algunos esperan y otros no, terminen entendiendo tantas y tantas cosas en un simple momento de lucidez.
Este es de esos libros en los que no me gusta destripar mucho el argumento por que creo que verdaderamente vale la pena empezar a leerlo sin ideas preconcebidas. La mayor parte del libro que es del género de ciencia ficción y fantasía se lee con la misma facilidad y con la misma sensación. Vas engranando las relaciones entre los personajes que en principio no parecen tener ningún tipo de vínculo, pero que de alguna forma se han visto conectados a lo largo de los años.
Se plantean los interrogantes que tantas veces nos hacemos durante la vida y como suele suceder, sin encontrar respuestas que se puedan verificar posteriormente. Siendo como es un libro bastante largo te lo lees del tirón y con interés. Hay que poner mucho interés sobre todo en los últimos capítulos porque se manejan conceptos que quizás en principio no queden demasiado claras (al menos eso fué lo que me pasó a mí), pero si te queda alguna duda o quieres comprobar cuanto hay de ficción y cuanto de realidad en este libro las últimas cien páginas aproximadamente son un grupo de apéndices del propio autor en que aclara el porqué le surgieron ciertas ideas, información sobre los personajes reales y los imaginarios, sobre los escenarios, la música y los libros que aparecen. En resumen un buen manual final para terminar de profundizar en la historia que realmente vale la pena.
El autor confeso de este libro dice llamarse José Antonio Jiménez
Sánchez. Utilizó por primera vez sus pulmones para respirar el agraciado
aire de la Muy Ilustre Ciudad de La Rambla un 22 de febrero de 1974.
Luego el destino quiso que Sevilla fuese su casa adoptiva en tanto se
formó como ingeniero de telecomunicación y empezó a intentar buscarse
las habichuelas como mejor pudo o supo.
Hasta que los deberes maritales solo lo fueron en potencia, alternó
el trabajo como consultor y docente en el ámbito de la informática, la
electrónica y las telecomunicaciones. Cuando la potencia se hizo acto,
una de esas impertinentes dicotomías que siempre acuden, en uno u otro
momento, al reclamo del común de los mortales, le obligó a decidir:
trabajar para vivir o vivir para trabajar. Optó por lo primero. Desde
entonces, la docencia sigue siendo parte del sustento de su familia (la
otra parte alícuota la pone su adorable mujer).
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