Una narración agradable a los oidos de un grupo de oyentos no es tan fácil como se puede pensar. No basta sólo con saber leer, hay que saber leer bien o aprender de memoria un texto para después compartirlo.
En general y actualmente cualquier persona es capaz de leer después de unos años de formación. Pero leer en público, para un auditorio que tiene unas expectativas sobre lo que va a escuchar, es harina de otro costal.
La persona que narra tiene que ser capaz de tener una entonación agradable, de cambiar el ritmo al expresar sorpresa, enfado, cambios de volumen según las descripciones, intentar transmitir de forma atrayente el texto que tiene entre las manos.
Hoy en día no estamos acostumbrados a leer en voz alta. Es una actividad que tienen que realizar los niños en sus primeros años de formación y que de adultos algunas personas utilizan para leer a sus hijos o por cuestiones laborales, pero no existe una verdadera formación general para ser capaces de narrar adecuadamente. Nadie nos forma en ese campo.
Sin embargo en el pasado había narradores, personas a las que se escuchaba; a los que se esperaba con ansia para conocer noticias de lejos, de cerca o simplemente disfrutar de una nueva historia: los juglares, los cuentacuentos (esta última, una tradición que se está recuperando sobre todo el bibliotecas y librerías y dirigida a los más pequeños), los pregoneros ...
Estas tradiciones no sólo eran útiles y necesarias en un mundo en que no todos se podían acercar a la palabra escrita, era también una forma de socializar, una forma de reunirse, para escuchar juntos, algo que en este mundo globalizado y cada vez más individualizado se está perdiendo a pasos agigantados.
Claro que si nos planteamos la posibilidad de mantenernos de pié, en medio de la plaza, con cientos o miles de personas a nuestro alrededor, todos apretujados escuchando o intentando escuchar lo que una persona va contando, quizás la imagen no resulte muy sugerente, sobre todo ahora que somos tantos y que una reunión supone una gran multitud, pero quizás si pensamos en reuniones más pequeñas en las que se puede abarcar con la mirada a los que tenemos alrededor, este tipo de actividades si tienen su encanto.
¿Qué te parecería reunirte con un grupo de amigos para hacer una lectura colectiva de un texto? ¿Comentarlo? ¿Intentar darle vida con tu voz? ¿Llorar, sorprenderse, reir o indignarse en compañía?
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